La semana anterior tuve ocasión de participar en un curso sobre comunicación de la ciencia, organizada por mis compañeras Mª Amor Barros y Concepción Moreno en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos. Tengo que aplaudir la iniciativa de ambas por abordar un tema tan importante como éste. No me cansaré de repetir que la educación y la investigación son los pilares en los que tiene que asentarse el presente y el futuro de cualquier país. Y, desafortunadamente, en este tema no solemos sacar buena nota. Ni siquiera llegamos a rozar el aprobado pelado. Nuestro reiterado fracaso histórico en estas cuestiones precisaría de un análisis muy profundo por parte de los expertos en sociología. Al menos, nuestros mejores cerebros consiguen sus grandes logros para la humanidad de la mano de otros países, y eso también es motivo de celebración. Todos formamos parte de la misma especie.
Una de las claves para que la totalidad de las comunidades que conforman el estado español apuesten de manera decidida por la ciencia está en manos de los profesionales de la comunicación. Sin embargo, no es justo que toda la responsabilidad recaiga sobre ellos y ellas. Su función es la de sensibilizar a la sociedad sobre la importancia que tienen los descubrimientos científicos para el bienestar de todos. Si tales logros se obtienen en nuestro país, nosotros seremos lo primeros beneficiados. Todos sabemos que los responsables de las decisiones importantes (los gobiernos) toman el pulso a la sociedad y casi siempre sigue sus directrices.
Los profesionales que apuestan por comunicar la ciencia son escasos, quizá debido a la falsa idea de que estas cuestiones interesan solo a una minoría. No es correcto. La clave consiste en presentar los hallazgos científicos de manera atractiva. Y para ello, los propios científicos hemos de hacer un esfuerzo, bien como comunicadores directos, bien como correas de transmisión de los descubrimientos hacia los profesionales.
Cierto es que los científicos hemos de dedicar muchas horas a nuestro trabajo. En muchas ocasiones, sacrificamos los festivos o los fines de semana a favor de nuestra profesión. Pero cuando tienes clara tu vocación estas menudencias no importan demasiado. Si además hemos de dedicar tiempo a la comunicación, el sacrificio aún será mayor. Ese trabajo extra requiere seleccionar lo más importante de nuestro trabajo y traducirlo a un lenguaje universal, que todos puedan entender. Los lenguajes crípticos ideados por los científicos dificultan incluso la comunicación entre los especialistas de diferentes ámbitos de la ciencia. Esos lenguajes son necesarios, porque la ciencia es universal y nos tenemos que entender los unos con los otros, independientemente de nuestra lengua materna. Pero esos lenguajes deben utilizarse solo en nuestras respectivas torres de marfil. Podemos y debemos realizar esa traducción. Tal ejercicio puede parecer ya un exceso, pero no es así. El esfuerzo merece la pena, porque nuestra mente consigue de ese modo transformar lo que parecía difícil en algo más sencillo de entender, incluso por nosotros mismos.
Cada cierto tiempo tendremos que abandonar la torre de marfil y salir a la calle. Y si entre nuestras virtudes no está la de la facilidad para comunicar, utilicemos el puente que nos tienden los profesionales para llegar a la sociedad. Si lo hacemos de manera masiva, quizá podamos ver en el pódium no solo a los grandes deportistas, que nos emocionan con sus gestas. También nos sentiremos orgullosos de que un compatriota haya logrado erradicar una cierta enfermedad, identificar una nueva partícula o poner sus pies en un planeta lejano.